Desde Etiopía, con amor…

La experiencia de escribir un blog me ha abierto la mente y la oportunidad de ver de otra forma, cosas que a menudo pasan por delante de nuestros ojos y en las que no reparamos por el vértigo en que nos encontramos. Casi hasta el extremo de dividir la realidad en dos vertientes, publicable o no publicable.
Gente que pasa por la consulta cuando la agenda te dice que sólo dispones de cinco minutos. Gente con una historia quizás no tan convencional. La que narra esta hisotira es una de ellas. Decidió ya hace unos años iniciar un camino, el de los trámites para una adopción internacional, en África. Claro, la he conocido cuando una gran parte de ese camino ya estaba hecho. Le pedí que lo contara y así lo ha hecho, de forma diligente y gustosa. Ya sólo le queda el resto del camino, el resto de la vida. Yo le agradezco enormemente que la haya compartido y le cedo la palabra, comenzando por las primeras líneas del correo electrónico que me enviaba: Soy la madre de …, más conocido como el «León Etíope» (sobre todo a la hora de ponerle las vacunas, ¡se pone a llorar antes de que le pinchen¡):

Mi hijo nació en Etiopía en abril de 2006, más o menos en el momento en el que yo empezaba a gestionar los trámites para una adopción internacional a miles de kilómetros de distancia. Por la propia dinámica de estos procesos no nos hemos conocido hasta el uno de junio de 2010, así que todavía nos estamos poniendo al día en ese montón de cosas que van construyendo la rutina cotidiana de una madre y su niño. En el tiempo que llevamos juntos ya hemos descubierto que compartimos algunas filias (ir a la playa, comer chuletas, la música de Bob Marley, jugar a los monstruos buenos…) y también algunas fobias (el rock duro, las despedidas, el tener que dar besos por obligación a todo el mundo que conoces…). Y aunque tenemos diferencias irreconciliables (¡no le gusta la tortilla de patatas y se lo ha pasado de maravilla en su primer día de escuela¡), estoy segura de que, como decían en aquella famosa película, éste es el comienzo de una hermosa amistad. Por lo pronto yo estoy más feliz que nunca y él no para de preguntar por todo y de jugar con cualquier cosa, siempre con la sonrisa puesta y derrochando alegría de vivir. No hay más que verle cuando se emociona descubriendo las carreteras que van dejando los “avionecitos” en el cielo, cuando en la playa habla bajito para no despertar a los peces, cuando en el bar pide muy serio un “monstruo” para beber, cuando se le llena la cara de orgullo al ayudarte a llevar las bolsas de la compra o al soplarte concentrado para aliviar cualquier dolor que tengas… Al mirarle se me ocurre pensar que los niños y las niñas de Africa, como los de tantos otros lugares olvidados del mundo, se parecen prodigiosamente a los diamantes, ya que son resistentes, preciosos, limpios, profundos, valiosos en sí mismos, están llenos de luz y esconden miles de facetas por descubrir. Lo único que les falta es tener las oportunidades para hacerlo.

Mi hijo viene de un país donde sobrevivir no parece tarea fácil: la tasa de mortalidad en menores de cinco años está en torno a los 100 de cada mil nacidos, existen unos 600.000 huérfanos por el SIDA, hay tres médicos por cada cien mil habitantes, la esperanza de vida al nacer es de 50 años, la tasa de alfabetización de adultos es del 36%, la asistencia a la escuela primaria no llega al 50%… Sin embargo, debo confesar que no tenía nada de esto en la cabeza cuando decidí emprender esta aventura, ya que fueron razones puramente personales las que me llevaron a hacerlo. Aún sabiendo que posiblemente tendrá una vida mejor aquí, en aquel momento pensé sobre todo en mí y en mis circunstancias. Por eso todavía no sé muy bien cómo contestar a las personas, sobre todo mayores, que me felicitan emocionadas por llo que ellos consideran un acto de caridad. Me da tanta vergüenza el equívoco que habitualmente sólo consigo musitar algo sobre lo generoso que ha sido este niño depositando toda su confianza en mí y regalándome su cariño como lo hace. Y sobre lo afortunada que me siento al tener esta pequeña maravilla conmigo, a pesar de saber que, como en los diamantes de sangre, es la desgracia de otros lo que me ha permitido disfrutar de él. Porque difícilmente se podría concebir un viaje así en un mundo en el que la realidad de millones de personas no estuviese marcada por la injusta distribución de la riqueza, el hambre, la explotación, los prejuicios, la guerra, la enfermedad, el olvido y la falta de esperanza en que las cosas puedan cambiar en el futuro.

En la nueva vida que acaba de estrenar tendrá la oportunidad de gozar del amor incondicional de los que le rodean (¡eso ya lo tiene asegurado¡), de vivir su infancia como el niño que es, de no tener que preocuparse por ropa, casa o comida, de disponer de los cuidados médicos que necesite, de acudir a una escuela donde le ayuden a desarrollar sus capacidades, de pintar, leer, escuchar música y hacer deporte hasta cansarse, de poder elegir si de mayor quiere ser peluquero, matemático, enfermero, piloto de aeroplanos, buscador de tesoros o vendedor de rosquillas… y esperemos que también de poner su granito de arena para construir un mundo mejor.

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5 respuestas a Desde Etiopía, con amor…

  1. monica dijo:

    Yo estoy también en proceso de adopción en Etiopía, y cada vez que leo cosas tan bonitas, sinceras y ciertas como las que tú nos cuentas, me emociono, y me entra un estremecimiento por dentro de mi cuerpo que hasta que no pasa un ratito no dejo de imaginarme yo en vuestra situación…… muchas felicidades a ambos, y que tengáis una feliz vida.
    Besos.
    Mónica

  2. Cecilia dijo:

    ¡Hola!
    Ante todo, me quito el sombrero ante tu blog.
    Soy madre de tres y uno tiene discapacidad, y tu blog me ha gustado mucho. Lo que llamas la pretensión cuádruple de tu blog son los mismos objetivos de mi blog…

    Ahora al tema de este mensaje. Encontré tu blog buscando maneras de difundir un sorteo solidario a favor de Etiopía. Quise mandarte esto por e-mail, pero lo recibí devuelto dos veces, así que lo pongo aquí…

    El ciclista español Roberto Heras está sorteando su bici de montaña a favor de la Fundación EtiopíaUtopía. La bicicleta está valorada en €6.900, y la colocó en la plataforma de sorteos online raff.me.
    Yo trabajo en una agencia de marketing digital y al igual que raff.me estamos poniendo nuestro trabajo como aporte a esta causa.
    Todo lo que se recaude irá directamente a la Fundación. ¿Nos ayudarías a difundirlo? El boleto vale sólo 3 €. El sorteo termina el 29 de octubre y ésta es la página: http://tlink.as/bicisolidaria

    La Fundación EtiopiaUtopía cubre necesidades básicas y realiza actividades de desarrollo de carácter sanitario, educativo, alimentario, deportivo y otras, de la población de Wukro (Etiopía), y por extensión de la región del Tigray. Si quieres más información sobre la Fundación, ésta es su página: http://www.etiopiautopia.org/

    Gracias por la ayuda que nos puedas dar.
    Y seguiré tu blog.
    Cecilia

    • Muchísimas gracias, Cecilia, por tus palabras de ánimo.

      Deduzco una gran capacidad y afán de superación de tu testimonio (madre de tres, uno discapacitado, y con ánimo de cooperar…, encomiable).

      Espero que haya mucha suerte con el tema del sorteo y que tu comentario sirva de testimonio a través de este humilde blog.

      Un abrazo, nos seguimos leyendo por los blogs, 😉

  3. Pingback: Emilio Calatayud, juez de menores | Hij@s de Eva y Adán

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