Esta es una historia largamente esperada y que ya anuncié hace tiempo en el blog. Su autora, que también ha preferido el anonimato, probablemente porque su historia pudiera ser universal, me envió un borrador inicial al que quise de alguna manera sacar punta intentando profundizar en algunos aspectos. Cuánto me alegro de haberlo hecho, cuánto me alegra encontrarme con gente con una inmensa disponibilidad… Gracias.
Comparada con entradas que me han parecido tan interesantes como intensas, no sé muy bien qué hago yo aquí contando algo de mi historia personal (el socorrido miedo escénico supongo), así pues empezaré por el principio.
Soy una mujer y madre de 4 hijos, dos de mi primer matrimonio (ya mayores) y dos con mi segundo marido, niño y niña mellizos de casi 5 años.
Somos una pareja mixta y me explico, negro negrísimo y blanca, por lo que evidentemente nuestros hijos, los mellizos, son mulatos.
Mi experiencia en el plano social ha sido muy variada: familiares, amigos y conocidos a favor y en contra. Como todo esto nos toco vivirlo cuando ambos teníamos una cierta edad (sobre los 35) lo llevamos bastante bien, practicamos el tan célebre a quién le importa lo que yo haga, aunque a nivel interno a mí, que soy quien me abro escribiendo esto, también me removía cosas que tenían que ver con la educación recibida, la falta de conocimiento de otras culturas, la tolerancia con costumbres diferentes a las mías…
Mi familia lo vivió como un mazazo, primero mi divorcio y después mi relación con un extranjero y además negro. A mis padres les costó mucho aceptarlo, sé que sufrieron enormemente por el giro que debían darle a su mentalidad, por el qué dirán, por miedo a lo desconocido y a lo que pudiera pasarme a mí. La película de No sin mi hija me hizo un flaco favor, mi madre me recordaba las penalidades de aquella mujer para recuperar a su hija. Todo demasiado dramático.
Yo les di espacio y tiempo, no les impuse la presencia de mi marido y no me alejé de ellos pero me mantuve firme en mi decisión y pasaron 4 años hasta que le conocieron y cuando estuvieron preparados… ocurrió y resultó que parecía un hombre normal.
A día de hoy, ya pasados 15 años, he aprendido que la tolerancia es lo más importante de todo, tenemos desencuentros en el día a día como pareja y padres, como hombre y mujer, sobre todo como pertenecientes a dos culturas diferentes.
Su concepto de la disciplina, de los límites para con los hijos (que aquí nos cuesta tanto definir), del orgullo que los jóvenes de su país sienten al crecer e independizarse y que aquí, aun viendo la crisis como real, se le antoja una buenísima excusa para seguir calentitos en casa de papá y mamá, la falta de respeto y cuidado de los mayores y otras diferencias que a mí me recuerdan tiempos que vivimos aquí hace años, nos crean a veces problemas (con los hijos mayores o con los pequeños) que vamos resolviendo como podemos cada uno con nuestra mochila cultural, cediendo a veces y aprendiendo siempre.
Nos siguen mirando por la calle con cierta curiosidad y en honor a la verdad he encontrado a algún mayor, sobre todo, mirar a mis hijos con cierta cara de asco pero… también a otros muchos que hacen todo lo contrario.
Me preocupa cómo vivirán ellos en el futuro en un mundo de blancos (expresión que mi marido utiliza en ocasiones) y no saber transmitirles seguridad personal. Los compañeros del cole les hacen comentarios y mi hija me dice que ella quiere ser de color carne y que si yo hubiera preferido una niña blanca como yo y esto con 5 años.
Claro está que le dejo muy claro que para mí son los más bonitos del mundo y que no los cambiaría por nada ni por nadie pero me causa tristeza que tan pequeños y para el resto de sus vidas tengan que vivir con el sambenito del color de su piel, cuando criados aquí, son absolutamente iguales a otros niños. Al releer esta carta la palabra que me viene a la mente es utopía, algo que lleva ocurriendo desde siempre no va a cambiar por nosotros, claro está.
Son tantos los miedos y rechazos que genera la falta de relación con personas de otros lugares que podría trasladar montones de conversaciones que he mantenido con africanos y sudamericanos que, según ellos, sólo nos estaban devolviendo la visita que nosotros les hicimos hace tanto tiempo.
Tengo una amiga colombiana, asistente social, filóloga francesa, que en muchas ocasiones me ha referido rechazos por su nacionalidad, han dado por hecho que tenía muy poca cultura, o que era una mujer de moral distraída, o que pretendía cazar a un autóctono para sobrevivir. Se queja de que no intenten conocerla antes de la crítica fácil y la incluyen en una supuesta generalidad que en el fondo aflora de un miedo a lo desconocido o por lengua o por color o por religión o por costumbres y por la pérdida de puestos de trabajo para los locales.
Yo en este momento tengo mucha más cultura del mundo y de las personas que tenía antes de relacionarme con inmigrantes o que hubiera podido adquirir leyendo.
Cuando trabajé en un negocio sobre todo para extranjeros, en la época del ramadán me traían sopa de la que los musulmanes toman cuando se va el sol. He bailado su música y he probado comida rumana, holandesa, argentina, uruguaya, colombiana, cubana, peruana, árabe, nigeriana, congoleña, angoleña, mejicana y boliviana. He asistido a encuentros culturales en una asociación peruana y he conocido personas que merecían la pena y otras que no, como aquí.
Mis padres también han conocido a muchas de estas personas y dicen quién nos ha visto y quién nos ve con un tono de broma, de haberle quitado importancia a lo que no la tenía, simplemente permitiendo que la vida les sorprendiera un poquito.
Quiero trasladar mi esperanza en el futuro para todas las intolerancias y agradecer a quien lea esto que me dedique unos minutos.
Malaika (Mi ángel)
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