Aunque en la red hablar de semanas parece en ocasiones referirse a la prehistoria, os cuento que el pasado mes de junio se publicó el hasta ahora último número de la revista FAMIPED, familias pediatras y adolescentes en la red; me refiero al número 2 del volumen 5.
Y en esta ocasión se retrotrae más aún en el tiempo, pues repite editorial… Educando a los hijos: cuando menos es más, un texto, sin embargo atemporal y que nos vendría bien tener en cuenta en todo momento, así que vuelvo a dejároslo para que siga haciéndonos reflexionar a tod@s:
Cuando pensamos en infancia, nos vienen a la cabeza los hijos de nuestra acomodada sociedad pero, dado el extenso mundo en que vivimos, cada vez aparecen más en los medios las imágenes de niños de países asiáticos, de países pobres al lado de nosotros en Europa, de países misérrimos en África…
Todos creemos conocer las diferencias entre niños de países ricos y pobres. Sabemos que cada pocos segundos muere un niño en el tercer mundo debido a la pobreza o a la guerra. Que muchísimos nacen o quedan enfermos, incapacitados, huérfanos, ciegos o sordos en regiones donde esto puede ser peor que la muerte. Que un excesivo porcentaje no puede aprender a leer y a escribir, que ser mujer allí es nacer ya con un gran handicap…
Pero es injusto hablar siempre de esos niños con pesimismo y, desde FAMIPED, sin caer en el maniqueísmo, queremos dar otra visión de esa infancia, recordar que tienen muchos valores a envidiar y, quizá, a imitar.
Esas sociedades se fundamentan, en general, en una familia sólida y amplia, sea el núcleo monoparental o no, y en su amor por los niños. Cuando la madre o el padre están enfermos o ausentes, el resto de la familia cuida a los pequeños, evitando que sufran soledad o carencias emocionales. Además, los niños respetan a sus mayores con veneración porque saben que de su experiencia viene la sabiduría.
Al carecer de recursos económicos, desarrollan la imaginación para juegos, teatros, mimos, dibujos o narraciones, y aprecian infinitamente los objetos, incluso los pequeños detalles materiales. Por otro lado, no dudan en compartir, quizá precisamente porque, al tener poco, compartir sea más fácil o, tal vez, porque aprecian recibir algo cuando no tienen de nada.
Viven la vida con naturalidad incluso en la desgracia; la aceptan como llega, sin culpar ni culparse. Son ingenuos, no dan vueltas y revueltas mentales a cada actuación.
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Pero lo más importante es que los niños sonríen mucho y ríen a carcajadas fácilmente. A ellos, todavía no conscientes de las adversidades, se les ve felices.
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Sería interesante copiar algunos de los aspectos de estos países: aceptar con más naturalidad las carencias o diferencias de cualquier tipo de nuestros hijos, promocionar su estabilidad emocional por encima de la académica, el desarrollo de su creatividad y de su espiritualidad y, desde luego, disfrutar de ellos, con ellos; reírse, hacerles caso aunque tengamos “cosas pendientes”; compartir TIEMPO, si no lo hacíamos, y gozar de lo no material.
Seguramente, cuando sean mayores, recordarán mucho más los columpios, el paseo o la partida de parchís con ellos que la última generación de la play o la clase de piano a la que su padre se empeñó en que asistiera, sin tener en cuenta sus aptitudes y preferencias.
Pero no es el único texto que mira más allá de nuestras fronteras, en concreto a África. En Actuar hoy para cambiar el mañana en África, Alexia Moreno, trabajadora social y proyecto de filósofa, reflexiona sobre el atractivo de vivir en Turkana, región al Norte de Kenia entre las fronteras de Sudán y Etiopía, en pleno Cuerno de África, más allá de las condiciones objetivas de sequía y miseria:
Llevo casi cinco años viviendo en esta zona y no deja de impresionarme la gente, especialmente los niños, y la naturaleza. Existen unas acacias que crecen dentro de las piedras, que luchan por mantenerse vivas; buscan cualquier gota de agua y trozo de tierra para sobrevivir. Siempre he pensado que los turkanas son como estas acacias: únicas, bellas, fuertes, testarudas…
Por qué vivir en un sitio donde no llueve, donde no hay nada más que desierto. Muchos se lo preguntan y a la vez tienen la respuesta: sería mejor que se instalaran en otro lugar de Kenia.
Pero, cuando se vive allí, las cosas empiezan a verse de otra forma; se crean lazos tan fuertes como las raíces de la acacia y se empieza a pensar cómo cambiar esta situación, cómo brindar un mejor futuro a los cientos de niños que corren por las sabanas de Turkana.
Es en este momento cuando la creatividad debe formar parte de la cotidianidad, cuando se empiezan a ver las posibilidades de crear donde no hay nada.
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Durante la emergencia humanitaria vivida en Turkana, estas UNI prestaron un gran servicio a muchas familias; han sido y son puntos de apoyo para todos aquellos que no tienen dónde acudir. El trabajo coordinado de la MCSPA y las madres del lugar hace posible que se pueda actuar en situaciones de emergencia y se pueda garantizar lo básico a los que más sufren.
Y completan este número los alimentos funcionales, las diferencias entre alergia y asma, las relaciones de l@s niñ@s con la comida, unas claves para favorecer la armonía entre herman@s, l@s niñ@s psicosomátic@s, la importancia de la familia como espacio que fomente la lectura, un par de enlaces sobre adolescencia, recomendaciones para tener en cuenta para protegernos del sol, y unas líneas sobre la importancia que tienen en nosotros los olores de la infancia.