El cielo plomizo hace prematuro el anochecer y las primeras gotas hacen acto de presencia al iniciar el viaje de vuelta. Son sólo preludio de la tormenta que se avecina. Relámpagos que quieren alumbrar la mente de quien sólo puede pensar en que atrás queda la última representante de una generación; una generación que, tras sufrir en sus propias carnes las penurias de la guerra, ha vivido humildemente empeñada en ofrecer a los suyos desde lo cotidiano el mejor futuro posible, guardando para sí odios y rencores fratricidas con la esperanza de que no se conviertan en compañeros de viaje de generaciones posteriores, sumidas tantas, demasiadas veces en la amnesia colectiva. Truenos que rugen intentando competir con la canción que se repite incansablemente en el interior del vehiculo, hasta quedar convertida en plegaria incesante que provoca afonía. El limpiaparabrisas no es capaz de enjugar todas las gotas que empañan mi visión…
«El limpiaparabrisas no es capaz de enjugar todas las gotas que empañan mi visión…» Preciosa frase para terminar esta entrada, sé cómo te sientes y que pocas palabras harán que te sientas mejor, así que sólo me queda mandarte un gran abrazo acompañado de un beso.
Muchas gracias, Inés. Pocas palabras más son necesarias en un día como el de hoy para transmitir emociones.
Un enorme abrazo, y un beso.
Otro abrazo más.
Gracias, Nieves. Un abrazo.
Un beso… y gracias por compartir VIDA.
Eskerrik asko, Nerea, baita hiletara hurbildu izateagatik ere.
Gracias por acercarte a acompañarnos. Musu bat. Un beso. ¿Qué nos queda si no es compartir la VIDA?
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